12.10.05

El Subsuelo: La Muerte Del Mago (4ta secuencia)

El fotógrafo

"Caí desde unos metros y junto al resguardo de un árbol esperé. Un par de minutos serían suficientes para que el viejo ese se diera cuenta de todo y se resignara a redactar el acta de defunción. La tarea estaba cumplida; sólo quedaba escapar. Aún así, antes tenía que encargarme de esa bestia insensata que me robó temporalmente mi trabajo.
Dediqué unas horas a vagar por ese pueblo de mierda y por esas calles precarias en las que alguna vez había habitado. Si hubiera podido, hubiera prendido fuego todo el lugar. Hubiera disfrutado tan sólo con ver los rostros tan lejanamente conocidos ardiendo en llamas y sufriendo como la mugre que son. Lo mejor que pude haber hecho fue abandonar este lugar. El sólo hecho de estar acá sólo me alteraba y me confinaba un incesante dolor de cabeza.
Me dije que era suficiente, ya ni valía la pena seguir buscando a ese infelíz para vengarme del trabajo. Decidí que era mejor abandonar esa mugre y me llevé un cigarrillo a la boca. Lo prendí. Dejé escapar una bocanada como un último momento de descanso antes de partir. Cerré los ojos.
Los abrí. Sólo el azar lo podría haber traído a mí cuando opté por un callejón más estrecho. Vi a esa mole infernal y me sorprendieron sus dimensiones; desde el palco del "Magritte" parecía bastante más pequeño. Busqué apoyo contra una pared y, mientras me dejaba caer sobre mis rodillas, preparé la cámara. Diafragma, foco e intensidad del flash. Encuadré su enorme cabeza. Destrabé y gatillé. Bang. Acerté.
La enorme masa de músculos se mantuvo estática por unos segundos. El estruendo había sido bastante mayor de lo que esperaba. Mantuve la respiración, como si ello compensara el estruendo del disparo. El infelíz se desplomó en el piso respondiendo al silencio.
Creo que sonreí. Lo había matado con un tiro certerísimo, sin que notara siquiera mi presencia detrás suyo. Me puse de pie y guardé la cámara. No sé por qué me acerqué a esa grasienta montaña de excremento que antes hubiera puesto en peligro toda la operación, y mi paga por cierto. Una vez a su lado examiné la herida de bala y lo extraño es que no había habido penetración. La bala, toda y deshecha, estaba sobre su cráneo sin haber penetrado más que unos milimetros de piel.
De súbito vi su mano moverse. Creí ver que abría los ojos. Imaginé la respiración y la recomposición de todo el puto cuerpo. El reverendo hijo de puta no se había muerto. Estaba vivo. Mierda. No me quedó otra opción. Empecé a correr.

(fin cuarta secuencia)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Holas!!
Mor ya me habia olvidado de las secuencias!! jejej ya era hora!
Che que raro que Leo no conto nada de su corto.... podrian ustedes no?