14.12.05

Fragmento de P.H. Lawderence

Mierda. Me siento verborrágico. Siempre que llego a la instancia de escribir algo en este blog, no encuentro nada de suficiente importancia para hacerlo. Sin embargo, escribo.
Hoy me voy a limitar a citar una anécdota de un personaje, Michael Hackery, de "Lo patético, lo efímero y lo atroz" de P.H. Lawderence. Espero que lo disfruten, es altamente interesante:

"(...) Se sentía ofuscado por el pesado y desagradable aire que se respiraba en ese bar sobrepoblado. A su alrededor la vista se le nublaba entre campesinos de bien en busca de un divertimento, vagabundos que encontraban un resguardo del frío polar de las calles, los borrachos conocidos de la casa y demás malandras que prefería no mirar. Volviéndose a la seguridad de la mesa, miró a sus interlocutores. De súbito el hedor pegajoso de los visitantes, el calor del ambiente, la transpiración que le pegaba la camisa al cuerpo y la luz ténue y difusa comenzó a operar en él en una sensación de suciedad, de vulgaridad, de asco. Se sintió justamente así: sucio, vulgar, asqueroso, desagradable hasta para él mismo. Le pareció oportuno, entonces, traer a cuento aquella velada de hacía tantos años a los ojos ávidos de sus compañeros de mesa.
-Bien. Escuchen. Pero escuchen con atención, mas no creo que vuelvan a escuchar esta historia procediendo de mis labios. Emplearé para ella, con el perdón del caballero- refiriéndose al antiguo juez -, un lenguaje suma y estrictamente coloquial.
Los presentes se miraron con curiosidad.
-La historia se remonta a cuando yo trabajaba como tutor de una pequeña adolescente hija de un alto ejecutivo. Dios me libre si no era bella. En esos años yo no había alcanzado mis veintiocho años, y la pequeña en sus vívidos dieciocho prestaba un espectáculo sólo con verla. Pido que perdonen la indiscreción, pero pasaron noches enteras en las que no podía sacarme su belleza de la cabeza. Sin embargo, mis buenos modales me impedían propasarme de cualquier forma con una pureza tal. Lo recuerdo todavía como si fuese ayer. Yo me encontraba en el piano de la amplia habitación, repasando unas melodías de Bach, con las que quería impresionar a mi pupila, pero sólo con intención de incentivarla a que se esforzara. La esperaba, mientras ella se retiraba a responder un recado de su madre. No la oí volver. De súbito, escuché su voz detrás mío que me pedía silencio. Sorprendido, me di vuelta y la encontré blanca y pura. Libre de cualquier prenda que pudiera entorpecer la armonía de ese cuerpo. Cerré los ojos llenos de lujuria y admiración. Durante ese breve segundo de oscuridad supe que se avecinaba la locura en mí. Sinceramente, perdonen si no me sé explicar, mas yo mismo ignoro cómo operó mi mente en ese momento y hasta el ocaso de ese día. Sé que al volver a abrir los ojos, carecía del control motriz sobre mi cuerpo y en torpes y vulgares movimientos me arrojé sobre su pureza, destruyendo mis ropas en el transcurso de la distancia que nos separaba. Allí mismo el acto de salvajismo más viceral y animal tomó lugar. Penetré a través de sus pequeñas piernas dejándola al descubierto del pudor y el dolor. El mundo físico perdió sentido en un vaivén de golpes y gritos y jadeos. Recuerdo haber culminado dentro suyo y luego haberla forzado a que me satisfaciese con sus pequeños y dulces labios. No duró mucho hasta que, ecstático por aquella averración, entre sus lágrimas y la sangre que manchaba mi piel sentí el deseo de destruir. Sólo destruir. Con un puño cerrado hacia la suave blancura hasta ver sólo carmesí. Soñé en escarlata. La violencia y la brutalidad de mis movimientos estrellándose contra la pura belleza. Destruí y destruí. Hasta que la belleza fuese desagradable y espeluznante. Hasta que la belleza me diese asco y miedo. Hasta que la pequeña princesa que inocentemente se había entregado a mi amor, sirviése de alfombra, roja y blanca, para mi brutalidad desatada. No era yo aquel día. Eso es lo que me comforta. No era yo. Pero así como no era yo, creo que todos tenemos una bestia dentro nuestro, que no es como nosotros, mas está dentro nuestro, sin embargo."

5 comentarios:

Giselle dijo...

O sea... la mató?
Seba estaría bueno que hicieses una breve reseña de este autor, ya que lo citás tanto. Está bueno el texto pero no sé quien es Lawderence... el otró día busque en Google y apareció... sólo tu propio post en este blog??? Es un personaje tuyo??!!

Mega dijo...

No, es un escritor del 30 o el 20 de athens, georgia, EEUU, poco conocido en realidad... pero un groso al fin...

Cadmo von Marble dijo...

¿No quisiste decir P.H.Lawrence?

Mega dijo...

no.

Anónimo dijo...

Uh. Che el fragmento pertenece a un libro? yo lo quiero! ;)